Las “miradas tabú” de La Mirada Tabú 2020
Las “miradas tabú” de La Mirada Tabú 2020
Ecléctico, inesperado, diverso, dinámico, arriesgado, escurridizo, polémico. Lo “tabú”, el concepto en torno al que gira nuestro querido festival, es tan fácil de adjetivar como difícil de definir. Cada año, de entre centenares de obras presentadas por autores de todo el mundo, el festival expone una pequeña selección, que de formas muy distintas abordan la idea de lo “tabú”. Pero ¿qué es lo tabú? Como miembro del comité de selección, me gusta pensar que el festival lanza esa pregunta al aire; y que, a través de sus obras a concurso, busca esbozar una respuesta. Cada nueva edición, y la séptima no es una excepción, ofrece una respuesta diferente. Moldeado por los acontecimientos sociales recientes o por las nuevas sensibilidades y talentos que emergen, lo tabú se regenera una y otra vez. Se expande, se transforma, incluso se niega a sí mismo. Cada año, de hecho, no contiene una sino infinitas respuestas, tantas como espectadores que se atrevan a enfrentarse a lo tabú y a darle forma. Lo tabú emerge así como una fuente inagotable de ideas, que en su búsqueda de los rincones oscuros (de la sociedad, la familia, la mente) cuestiona constantemente lo que somos.
Esta naturaleza inasible de lo “tabú” hace difícil hacer una presentación general de la programación. Todos los cortos seleccionados son tan personales, tan únicos en su especie, que rastrear las ideas que los unen es casi misión imposible. Aún así, es posible identificar algunos hilos conductores de la selección de este 2020. Si bien hay temas que aparecen con frecuencia—el sexo (¡cómo no!), pero también la muerte, la violencia de género, la discapacidad o la vejez—la esencia de lo tabú no está tanto en el “qué” sino en el “cómo”. Lo tabú, como bien reza el nombre del festival, se encuentra en la mirada. En la forma de ver la realidad, de aproximarse a aquello de lo que se habla. Lo que une a todos los cortos programados, en esta y otra ediciones, es una apuesta por mirar de otra manera. Las obras “tabú” muestran enfoques no explorados, se enfrentan al mundo sin ideas preconcebidas, o subvierten estas mismas ideas para revelarlas como una construcción. En esta séptima edición del festival, tres miradas concretas aparecen de forma recurrente en la programación. Estas son las “miradas tabú” de La Mirada Tabú en su VII edición:
La mirada del otro
Una buena parte de los cortos seleccionados adoptan la perspectiva del “otro”, es decir, de aquellos individuos que han sido (y son) tradicionalmente ignorados por el arte en general, y el cine en particular. Adoptar la mirada del “otro”, diferente a nosotros, permite visibilizar realidades no conocidas, pero sobre todo incorporar otras formas de entender y ver el mundo para replanteárnoslo. En cortometrajes como el francés Je Suis Venue Jusqu’Ici (Antoine May), el chileno Solo cerca del mar (Ramiro Andres Ossa Jahr) o el español Colores (Melissa Estaba), ese “otro” son los niños, y su mirada inocente expone el absurdo de ideas sobre el éxito o la raza. En El sexo a los 70 (Lorenzo Izquierdo), Souvenir (Cristina Vilches y Paloma Canónica), Llámame (Pau Mora) y Le temps des cerises (Arthur Jeanroy), es la mirada de los más mayores la que nos enfrenta a una realidad que tendemos a ignorar: la tercera edad como época en la que caben tanto en sexo como la soledad. El “otro” se define en ocasiones en términos geopolíticos, y algunas obras abordan el drama de la inmigración desde la perspectiva (como agentes, no como víctimas) de los propios inmigrantes: es el caso de Maji/Water (Cesar Díaz), Malakooti (Javier Gómez Bello) o Tabib (Carlo D’Ursi). Por último, la otredad se puede entender también en términos de género, y algunas obras nos ponen en la piel de mujeres que sufren lacras silenciadas como el abuso sexual o la violencia de género, como en Sí, quiero (Isabel Lahuerta) o Love Yourself (Galina Diachenko).
La mirada cómica
El humor caracteriza una segunda “mirada” que está muy presente en los cortos tabú de este año. La comedia como género tiene el potencial de invertir los códigos sociales o morales que aborda, de forma que los deja al descubierto. De alguna manera, el humor desnaturaliza la realidad y expone sus absurdos, sus rincones oscuros. Esta es la esencia de cortos como Friendzone (Sergio de Miguel), Réplica (Santi Capuz), La oferta (Jaume Maneja) 2030 (Pierre Dugowson) o Radiografía (Marina Campos). Una operación similar, en clave de parodia sobre el propio cine, es la que realizan los cortos aragoneses The Spanish Job 2. Ladrones de traje y corbata (Alberto Vallejo Aznar) y Greta (Daniel Calavera): el primero con el cine de gangsters, y el segundo con un cierto cine social “de festival”. La comedia negra, tabú por excelencia, está presente en las obras Lo veo (Raquel Caballero y Marcos Sproston) y Acto Reflejo (Alfonso Díaz Sánchez-Archidona). Una última variante de esta mirada cómica es la del falso documental, un formato que explota las ambigüedades de la no ficción y que cuenta con dos entradas a competición en el festival: los cortos Interior Taxi Noche (Silvia Rey e Iban del Campo) y Avistament 1978 (Guillem Miro).
La mirada incómoda
Una tercera mirada, quizás la más fascinante de todas, es la que he denominado la mirada “incómoda”. Es aquella que nos enfrenta a aquello que no queremos ver; a lo que nos perturba, ya sea en un sentido físico/primario o en un terreno ético y político. Tienen cabida en esta categoría cortos que ponen el foco en lo corporal, lo escatológico o lo sensorial: Diagonal (Yago de Mateo), un corto experimental que juega con las texturas del cuerpo humano; pero también Carne (Camila Kater), corto animado que empodera el cuerpo femenino, históricamente cosificado e invisibilizado en el cine. En otra línea, hay en la programación cortometrajes que nos incomodan por su planteamiento de dilemas morales o posiciones políticas polémicas. Es el caso de Monsters Walking (Diego Porral) y sus dardos a la Iglesia, Funfair (Kaveh Mazaheri) y Takhte Abi (Alireza Kazemipour) en su reflejo de las miserias de la sociedad iraní, Quebrantos (María Elorza y Koldo Almandoz) en su complejo retrato de la violencia de género, Europa (Sergio Duce) en su cuestionamiento del papel de Europa en la crisis migratoria, y La tierra muerta (Sergio Duce) en su reflejo de lo ritual y las supersticiones. Algunas de estas obras, como Europa o Quebrantos, hacen suya la idea del tabú como forma más que fondo, a través de propuestas brillantes en su radicalidad estética. Por último, algunos cortos incomodan en su aproximación a lo íntimo, que se revela como un denso territorio de secretos y traumas: este enfoque lo comparten el drama Fenomenal (Leticia Torres) y el film-ensayo La fuerza de las burbujas (Camilo Constaín).
Pese a este esbozo de clasificación, los 33 cortos a competición, organizados en torno a tres tipos de mirada, representan en realidad 33 miradas únicas a la realidad de nuestro tiempo. En las butacas de la Filmoteca de Zaragoza, el encuentro de estas miradas con las de los espectadores del festival conseguirá, un año más, que lo “tabú” vuelva a estimularnos y removernos.
Andrés Buesa
Estudiante de doctorado (investigador predoctoral en cine)
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